domingo, 14 de diciembre de 2014

El señor Café

Otro día de despertar temprano... Dicen que no te acostumbras nunca a despertarte temprano. Es probable que sea cierto. Duele mucho. La alarma de mi despertador llora  sobre la almohada... 3:35 a.m. Debo apresurarme, tengo una cita...
Ya pasó una semana desde la primera vez que lo vi... Sin ojos, y café... Simplemente café. Rechina un poco cuando se mueve, aunque no se mueve mucho... Los barrotes no lo dejan. Se oye triste, pero me espera.
Mientras voy al baño, por una ducha, nada pasa, creo que aún estoy dormida... Me quito la ropa, y tampoco pienso en nada... El espejo también tiene sueño... Es muy temprano... Hasta la luz se ve cansada...
Me baño y ya con el agua corriendo sobre mi espalda, lo pienso... Pienso en él y en su cara triste, sin ojos y café. Me espera. Sé que ya estará afuera.
No creo que me persiga, pero me da curiosidad, me gustaría poder pararme y preguntarle por qué me espera, pero, tengo que ser honesta... Sé que no va a responderme. Me seco un poco, lo suficiente para no dejar mojada la ropa limpia que me estoy poniendo. Mi pelo cae en mechones largos y desordenados, y me apresuro a ponerle un poco de orden, mientras mi reloj sigue su cuenta regresiva, insinuándome que quizá llegue tarde. 4:23 a.m.
Salgo del baño, y atravieso mi pasillo... Por mi habitación cruzan algunas sombras, pero ya estoy acostumbrada. Mis pies se secan contra la toalla que está en el piso, me pongo las calcetas con un poco de asco, y veo el reloj. 4:32 a.m... Aun no es tarde. Una línea se dibuja en mis párpados para dar algo de volumen a mis ojos.. Me veo al espejo, mientras trato de encontrar los zapatos con los pies. 4:35 ... Salgo de casa, poniéndome los audífonos y subiéndole el volumen al reproductor. Tengo frío.  La cuidad tiene eco, creo que todavía es muy temprano...
Cierro la puerta y camino una cuadra. No hay basura, sólo hojas y la luz amarillo-enfermiza de los postes viejos. Giro, sobre la misma calle, y allí está.

"Buenos días, señor Café", me digo, mientras agacho la cabeza. El estruendo de la música suena dentro de mis oídos, mientras el señor café se mueve un poco para verme pasar, y el ruido avejentado de sus rodillas de madera resuena en mi cabeza. La tienda en la que siempre está parado aún está cerrada. Sigue triste. No puedo ver hacia arriba. Si descubro que tiene cara, no podré seguir caminando. Tengo miedo, eso es todo. "Hasta mañana, señor Café", me digo, apresurando mi paso, con frío, escuchando al señor Café a pesar de la música con la que intento no oirlo. Ya no cruje, pero sigo sin poder ver hacia atrás. 

domingo, 7 de diciembre de 2014

Saber dibujar

-¿Qué si hubiera querido saber dibujar? Lisa y llanamente, Si.  Más qué pregunta, tómeselo como una aseveración. Pasa que es el más deseado de los talentos que no tuve… quizá más que el de producir dinero por montones. Vamos, que si alguien hace un dibujo de como se siente, o lo que quiera proyectar, a usted le falta echar un vistazo para que se sobrecoja su alma. Eso no pasa cuando uno escribe. Le cuento: Tendría quizá 6 años cuando la falta de luz para ese don me dio en la cara. Un dibujo de esos que se hacen a palitos, con dos formas, y una breve inscripción “Mami i Yeni”, un regalo que inició con la emoción de una sorpresa para que ella no estuviera tan triste de solo tenerme a mí y ya no a mi hermano, que tanta falta le hacía, y terminó con su risa y mi vergüenza… Ella reía, ¿sabe? A carcajadas, de boca abierta. Yo aún no puedo. Reír y negar con la cabeza y ya. Nunca supe si fue por los horrorosos muñequitos, o por la terrible ortografía… 6 años y no poder escribir ni un nombre… ni dibujar un muñeco a palos. Vea que eso quita las ganas, no sé si a cualquiera, pero a mí me da pena.

Y sin embargo, intenté de a mentiras, en las últimas hojas de los cuadernos forrados del colegio, esos que tienen  líneas azules. Y siguieron siendo los mismos palitos, la misma vergüenza de que alguien lo viera. Una vez dibujé un pato, con sus alitas y todo. Tenía hasta patas. Era bonito. Ése lo vio papá. Él no se rio. De hecho, lo vio muy serio, y preguntó si lo había hecho alguien más. Yo estaba hecha unas pascuas. Le dije muy ufana que no (nunca supo que me llevó casi tres horas de llorar y sudar porque no tomaba forma), él dijo que estaba muy sucio (y cómo no, si había pasado dos de esas tres horas borrando para volver a hacer las plumas). Era para él, pero tenía que saber qué pensaba antes de dárselo. Pensé que mejor no. Vuelta a la pena y a guardarlo en mi cajita de fracasos. Pienso en esa caja, y creo que tardó mucho tiempo en casa, hasta que tuve que limpiar mi habitación y todo se fue a la basura. Al menos, para cuando dibujé el pato, ya mi nombre iba bien. 

Pasó el tiempo y lo más que pude hacer fue un árbol, que no quedó tan sucio.  Ese no lo vio nadie, porque era para el colegio. Pensé llevarlo al concurso de dibujo, pero luego vi otros, y decidí que no más vergüenzas, no más pena, no más rabia, sobre todo, si solo eran unas ramas y unas cuantas hojas.  Ya para ese entonces, estaba muy triste, y no solo con los dibujos, ¿sabe? Y escribía porque era más fácil que hablar con gente. Escribí desde siempre, desde antes de los muñecos a palos. Mi abue decía que “se me daba” y guardaba todo. Cuando se fue ella, no encontré nada más que mis ganas de escribir que se juntaban con mis ganas de verla, y como lo último solo no se podía, todo lo que quedaba era escribir. Y era en verdad eso, porque alguien tiró mis hojas cuando ella ya no estuvo.  


Creo que está mejor dibujar, porque, para saber cuánto ha salido de mí, usted (o cualquiera), debe tomarse su tiempo, analizar, y no basta un vistazo para que sienta cuán triste estuve un abril, o qué tanto reí esa madrugada. Toma tiempo. Incluso un poema, de esos pequeños, que más parecen adivinanzas, requieren de cierta pericia; y es entonces cuando pienso que bien podría yo saber dibujar, y hacer, qué se yo, El Grito, de Edvard Munch, y decir a los gritos de un pincel cuán desesperada me siento, en lugar de aguijonearme con esta pluma, e ir de letra en letra, narrando risas y despedidas, y esperar, además de eso, a que usted se tome el tiempo a leerme completa. Y aun así escribo. A lo mejor ya los palitos emocionales que vengo arrastrando se convierten en Las Lilas de Van Gogh. A lo mejor, si le describo un amanecer que se rompe en el cableado de mi calle, mientras dos vagabundos intentan apoderarse de un trozo de plástico para que la lluvia no los escupa, en la acera de enfrente, cuando salgo de casa, con más miedo que dinero, usted entiende. A lo mejor a usted tampoco pudo hacer más que palitos.

 Disculpe si la respuesta fue larga.  La corta era Si, me habría encantado saber dibujar. Lo habría preferido.
Tal vez duela menos que escribir.-