viernes, 15 de diciembre de 2017

Flores para la abuela


Cuando la abuela nació, la nombraron Hortensia, como su abuela. Supo que su nombre era el de una flor hasta que fue al colegio. De niña, le pedía que me contara esa historia una y otra vez. Al fin y al cabo, su nombre también es el mío y me encantaba saber de dónde venía.
La abuela también decía que le habría gustado llamarse Rosa porque eran sus flores favoritas.

Cada martes, desde que recuerdo, los vendedores de flores pasaban a dejarnos un par de ramos y ella los distribuía por la casa. Dos rosas para su mesita de noche, algunas para la cocina, una para mi habitación y el resto para el florero del comedor.  En el jardín crecían, salvajes, hortensias, geranios y otras flores. Los viernes, cuando yo volvía del colegio, las regábamos para que crecieran fuertes y hermosas, como la abuela esperaba que yo lo hiciera.

En casa solo vivíamos papá, la abuela, una niñera que llegaba cuando la abuela se sentía mal y yo. Nuestra vida era tranquila hasta que papá y los tíos decidieron comprar un mausoleo en el nuevo cementerio de la ciudad. La abuela se negó desde el principio. Dijo que quería que la enterraran con el abuelo. Que siguieran usando el terreno que ellos tenían en su pueblo. El lugar era horrible y encima, carísimo. Que el clima era terrible. Que no podrían sembrar plantas y mucho menos flores. Papá le dijo que era muy pronto para pensar en esas cosas y que, lo mejor del nuevo cementerio, era que se ahorrarían horas de camino hasta el otro terreno que tenían. Que ya estaba decidido.

Durante días, la abuela siguió hablando sola por la cocina, la sala y el jardín, diciendo que no habría dónde poner al menos un rosal para que ella estuviera tranquila. Los tíos dijeron que eran necedades de viejos y dejaron de intentar convencerla, pero papá le contó que había confirmado que podían poner jardineras para sembrar las flores que más le gustaran. La abuela, negando con la cabeza, dijo que no era lo mismo y que ellos no entenderían. Cuando le pregunté por qué se negaba tan rotundamente, dijo que le daba terror la idea de que la metieran en un cajón de piedra en lugar de tierra. Que quería acompañar al abuelo y que ella era una flor que debía volver al jardín del que había salido.

Cuando los tíos llevaron a casa las escrituras del terreno, el asunto al parecer quedó zanjado porque la abuela no volvió a quejarse aunque la veía muy triste y no quería hablarme.  A los días empezó a desvariar. Salía muy temprano al jardín y hacía agujeros con el zapato. Luego ponía la tierra que había removido sobre sus pies y se quedaba quietecita hasta que iba a buscarla y la encontraba viendo al cielo. Cuando le pregunté qué pasaba, dijo que quería volverse un rosal y quedarse en la tierra para siempre.

Pasé algunos días pensando si le decía a papá o no, pero al acercarse el fin de semana, temiendo que la encontrara él y no yo por la mañana, se lo dije. Él me vio con preocupación pero solo dijo que ya hablaría con ella.

El sábado llegó la niñera. Papá llevó a la abuela al doctor muy temprano. Volvieron después de almuerzo y aunque ella se veía relajada, él tenía cara de triste.  Antes de ir a dormir, él me pidió estar alerta con la abuela. También dijo que si notaba algún cambio se lo dejara saber. Pregunté qué había dicho el doctor, pero respondió que había que esperar por resultados de pruebas y hacer más exámenes.
Me dormí pensando qué le pasaría a la abuela y cuando desperté, papá ya se había ido. Fui a buscarla de nuevo al jardín. Esta vez no tenía los pies cubiertos de tierra, pero estaba empeñada en escarbar con las uñas la tierra debajo de sus hortensias. Me acerqué con cuidado y, acariciando su espalda con la mano, pregunté qué le pasaba.  Dijo que sentía que la tierra la llamaba y que solo quería saber de dónde venía el sonido.

Estuve esperando un rato a que se calmara y, luego, la llevé de la mano al baño para limpiarla. Cuando removía la tierra debajo de sus uñas, observé unas raíces diminutas saliendo de ellas y se las quité lo mejor que pude.  El resto del día pasó sin contratiempos y por la noche, cuando llegó papá, le conté el incidente. Me abrazó, y dijo que alguien tendría que hacerse cargo de mí pronto.

Los episodios de la abuela hurgando en la tierra se hicieron más frecuentes y la estadía de mi niñera, permanente. Los sábados papá la llevaba al doctor y volvía cansado y triste. Ella, por su parte, ya no se daba cuenta de mucho. Al volver, casi siempre quería ir al jardín. Sus uñas se volvieron grises y su piel, de pasar todo el día al sol, se fue tornando café. Sus párpados parecían hojas marchitas cayendo sobre sus ojos apagados. Verla me hacía sentir triste.

Una mañana fui a buscarla al jardín pero, como cosa extraña, no estaba.  La encontré en su habitación, que olía a flores recién recién regadas, dormida. Salí de puntillas, para no despertarla y media hora después volví a ver si ya quería comer algo. Toqué sus manos delgadas, con las uñas llenas de tierra y raíces y me asustó su frío. Le toqué la cara y estaba igual. Llamamos a papá, y él a un doctor, y confirmamos que había muerto. Los tíos llegaron en el transcurso del día para hacer los arreglos del funeral y aunque les recordé que ella no quería nuestro mausoleo, dijeron que no íbamos a discutirlo.

Cuando se la llevaron, su aroma de flores frescas se esparció por la casa. Sentí lo mismo cuando llegamos al lugar en el que hicieron su funeral. Llegaron muchas flores para ella, casi todas rosas y papá dijo que el entierro había sido digno. Desde entonces vamos a verla casi todas las semanas. Al final, no dejaron poner jardineras así que las flores que llegan los martes a la casa, las ponemos en los floreros que papá le compró.

Hace unas semanas, vi salir hormigas de una diminuta grieta de la construcción cuando fuimos a visitarla. Me sorprendió ver que llevaban hojitas diminutas. Cada vez que llegamos la grieta está mas grande. Ayer nos encontramos con unas raíces saliendo de ella. Papá dijo que le parece extraño y que va a mandar a alguien a que haga las reparaciones necesarias en unos días. Yo creo que la abuela va a encontrar la forma de seguir creciendo, como las flores del jardín al que tanto quiso volver.