jueves, 23 de febrero de 2017

Los cagadales de Karlita

¿Por qué no me llamó? Si usted sabía que yo siempre llego. Si no tenía nada qué hacer. Me caga de verdad. Puta. Estoy que estallo. Si yo estaba para usted. Hoy no era la excepción. Hubiera salido un rato del trabajo y la hubiera ido a traer. ¡Puta, Karla! Si para eso soy su hermana. ¿Se acuerda de cuándo usted era pequeña y no hacía más que lastimarse? ¿Cómo cuando patinamos con calcetas en el piso encerado, y usted se tropezó con sus pies torcidos y se hizo una herida que todavía tiene en la boca? ¿Quién llamó a mi papá? ¿Quién la ayudó a contener la sangre? O cómo cuando se tomó un frasco completo de medicina. ¿Se acuerda que no le dijimos nada a mi mamá y cuando se dio cuenta casi me mata, por no cuidarla?
O cuando me preguntó si tenía el pelo más corto y no me dijo que se lo había cortado con unas tijeras de cocina un día antes de aquella boda en la que tenía que llevar los anillos.  Ese día mis papás me volvieron a hablar sobre las responsabilidades de ser su hermana mayor. Solo en pendejadas vivía siempre, y por su culpa, siempre me castigaban. Incluso allí puse la cara por usted. La odiaba, es cierto, pero siempre estuve allí, ¿o no?
Después siempre le tenía que andar mintiendo a mi mamá con lo de sus novios, y con lo de las veces que no iba al colegio. ¿Se acuerda de cuándo fui en lugar de mi papá a recibir su suspensión y se fue a quedar a mi casa en horas de clase, mientras pasaban los días de colegio que no tenía que ir y de todas maneras le contaron al abuelo lo que había pasado y no le dieron dinero y encima le tuve que dar para que saliera hasta que le quitaron el castigo? Cuando eso pasó, dejé de hablarle a mis papás como dos meses. ¿Eso no contaba? Y si eso no contaba ¿Acaso no me llamó a las tres de la mañana, muchas veces llorando, para contarme que había soñado que yo estaba muerta, porque quería confirmar que no era cierto? ¿Acaso no sabía usted que yo casi no duermo, y que de todas maneras, así medio muerta, le contestaba y la calmaba para que estuviera tranquila? ¿Sabrá alguna vez cuánto me molestaba que hiciera eso?
¿Acaso no le mostré siempre que yo le iba a hacer ganas en la vida, Karla? ¿Se acuerda de cuando le leía cuentos a usted y a mi hermano, cuando se acababan de despertar? ¿O cuándo les hacía el desayuno para que se fueran al colegio con algo en el estómago? ¿Quién putas les lustraba los zapatos y buscaba sus mierdas de uniformes, Karla? ¿Quién? ¿Acaso mi mamá o mi papá ponían un dedo para verles sus tareas? El Oscar siempre se las arregló, pero usted… ¿No usted siempre andaba con que le sobraban números hasta para las multiplicaciones? ¿No aprendió a sumar conmigo?
Si yo siempre le arreglaba sus cagaderos, ¿por qué putas no me dijo que se había ido con sus malditos cuates y que había dicho en la casa que andaba conmigo? ¿Por qué putas agarró ese taxi de regreso? ¿No le hemos recalcado que a usted siempre la agarran de mula? ¿Que si no le cobran de más, se quieren pasar de listos? ¿Es que nunca se dio cuenta de lo que decían las noticias? ¿Por qué no le pidió a sus amigotes que la trajeran de regreso? Total, ya se habían ido a chupar cómo coches y ya habían pasado un par de días en aquel pueblito en lo que todo lo que se mira es un lago sobrevalorado. Total, ya se habían venido de regreso más borrachos que otra cosa para no sé dónde. Total ya se había quedado a dormir en la casa de no sé quién de sus caseros. Si ya solo era cuestión de que se cruzara la ciudad para ir a la casa. Si de todas maneras ya me había metido en sus cosas, ¿qué le costaba avisarme? ¿Por qué no pidió un taxi corporativo, Karla? Yo se lo hubiera pagado. Me hubiera avisado. Mire cómo está ahora. ¿No vio las noticias en los últimos meses? ¿No vio que por todos lados dejan patojas violadas y desnudas? ¿No vio que esos hijos de puta andan en taxi porque así es más fácil “conseguir víctimas”? Así lo decían en la tele. No puedo creer que mi mamá no la haya sentado en la sala para que vieran esas mierdas amarillistas.
¿Ahora cómo le digo yo a ella que en lugar de andar conmigo usted andaba chingando? Cómo le explico que la tienen que venir a traer a la morgue, Karlita? ¿Cómo le digo que un taxista la dejó tirada y a medio vestir, y que unas personas que la vieron caer llamaron a los bomberos para avisar que había un cuerpo en plena calzada?  Llevo una hora tratando de acordarme en qué momento yo no estuve para usted, y entender por qué no me llamó hoy en la mañana, solo para que la fuera a traer, y al mismo tiempo, pensando cómo putas voy a poder con el remordimiento de haber sido su involuntaria tapadera hasta ahorita.  Siento que estoy soñando pero es usted quien tiene cerrados los ojos.
Perdóneme la regañada. Ya sé que ahorita ya no sirve de nada. No se preocupe. Ya veré que le digo a mi mamá de esto.

sábado, 4 de febrero de 2017

Anecdioteces. Mi primera (y, espero, última) borrachera.

En general me considero una mujer tranquila a la que le gusta salir a comer con amigos para convivir. No llegué nunca hasta las trancas a la casa de mis papis en la adolescencia y a fiestas voy poco y no bebo casi nada. Cuando era chica, mis abues nos servían una copita de vino en el almuerzo como aperitivo así que yo de alcohol de verdad que no sé mucho.
Eso habría podido ser la historia de mi vida si no fuera porque en algún momento (hace 5 años ya, maldita sea) cumplí 23.  A los 23 nunca había salido de noche con amigos. NUNCA. Pero pasa que ya estaba grande (eso pensé) y el primo de quién por ese entonces era mi pareja estaba de cumpleaños y el plan era beber “tipo tranquilo” en una casa un viernes, así que cuando me invitaron, dije sí.
A la fiesta se nos unieron algunos amigos del trabajo (incluido mi ex novio) y durante el día todo el mundo fue a comprar lo necesario para hacer un chupe decente. Cajas de cerveza, cajas de cajetillas de cigarros, un par de bolsas enormes de frituras y ya. Yo pedí un par de esas bebiditas de quince billetes o menos que venden en los supermercados y que saben a dulce porque sabía que no iba a beber nada y pensé que todo estaría bien.
Se llegó la noche y (como yo salía de trabajar a las diez) pasaron por mí para ir a la casa del dichoso primo (a quién por cierto yo no conocía y jamás volví a ver) que vivía en una residencial. Llegamos. Dije feliz cumpleaños y me apoderé de un sofá mientras veía que había gente que ya estaba borracha y no eran ni las once. Me llevaron la primer botellita cuando llegó el grupo de amigos del trabajo que llevaban otro par de cajas de cerveza y una botella de algún whisky caro que emocionó a todos. Cómo a los tres minutos el líquido de mi botellita ya había desaparecido y ya tenía yo otra en la mano y un cigarro que mi solícita pareja me había encendido.
Como no se me da mucho eso de hablar en grupos grandes, seguí bebiendo y estirándome para alcanzar las frituras mientras reía de vez en cuando con los chistes de mis amigos, pero en cinco minutos ya se había vaciado mi segunda botellita, así que yo ya no tenía nada para consumir el resto de la noche. Lo bueno es que justo en ese momento la botellita de Whisky se abrió para nosotros y me sirvieron un vaso grande y rasposo que tardé como media hora en tomarme de a poquitos.
Hasta allí todo bien pero la residencial tenía toque de queda y a la una teníamos que irnos del lugar y quedaban como dos cajas de cerveza y un par de botellas de Quetzalteca de Jamaica que de repente vi sobre la mesa. Cuando me levanté para decir adiós, me sentí mareada. “Ahorita andás tocadita” me dijo mi ex, que vio la maniobra y así, con su ayuda, salí de la casa del cumpleañero a que me diera aire, cosa que sirvió porque dejé de sentir las piernas débiles.
Mi pareja tenía que irse (era cuatro años menor que yo y sus papás no la dejaban llegar tan tarde) así que me pidió que le escribiera cuando llegara a mi casa. Entonces me subí a un carro y nos fuimos, según yo a que me  dejaran a mi casa. Lo que hicimos fue ir a parquearnos a una gasolinera, porque ni modo que todo ese guaro se fuera a quedar allí, desperdiciado.
Allí empezó el desvergue. Mis amigos tenían cervezas en la mano y como esa bebida no me gusta, me dieron un vaso apenas cuarteado de la Quetzalteca de Jamaica que por alguna razón (creo que porque no me gustaba) me acabé super rápido. Luego vino el siguiente vaso, que me dieron sin disolver y lo pasé íntegro por la garganta. Ese fue mi último recuerdo sin brumas: yo empinando la cabeza para que pasara todo el alcohol.
Mientras eso pasaba, un par de amigos profundamente heterosexuales se habían quitado los zapatos y estaban jugando a alcanzarse para besarse mientras los demás les gritaban cosas. Mi ex pareja estaba sentado sobre su carro, así que me fui a sentar a su lado y cuando sentí, estábamos hablando de por qué lo nuestro no había funcionado y juro que le dije que aún lo quería mientras mi cabeza estaba sobre su regazo y él me tocaba el pelo diciendo que me quería también
Muy romántico el asunto, pero en ese momento sentí que necesitaba ir al baño porque estaba a punto de hacerme pipí. La gasolinera estaba cerrada y no vi señales de un solo baño abierto. Me levanté casi de un salto, sintiendo que las piernas no me iban a sostener y le pedí a mi ex que vigilara que nadie me viera mientras me bajaba los jeans para resolver mis necesidades inmediatas. Me obedeció de inmediato y se puso a vigilar, muerto de la risa, que nadie nos viera. Por supuesto que nadie nos vio y volví a su regazo a hablar. Eran como las tres treinta de la mañana.
Luego todo lo sé porque me lo contaron y porque vi las fotos que circularon en el trabajo la semana siguiente. Fotos en las que yo aparezco con una lata de cerveza en una mano y con un vaso lleno de Quetzalteca en la otra. Fotos en las que abrazo a mis amigos y en las que mis ojos hablan de la estupidez etílica en la que estoy. Al parecer me dormí en algún momento, sobre el capó, así que mis amigos tuvieron que cargarme para meterme en un carro y seguir chupando. También, al parecer, un tipo del trabajo se metió al carro a besarme y esas cosas pero un amigo lo vio a tiempo y lo sacó a las patadas antes de que el daño fuera mayor.
Cuando decidieron que teníamos que irnos, se encontraron con el problema de que nadie sabía mi dirección, así que pensaron que lo mejor era dejarme dormir, ir a dejar a los demás y cuando yo pudiera despertar, les dijera donde vivía. A medio camino, dije que quería vomitar, así que me sacaron cargada, en la carretera, y un amigo me tomó por la cintura mientras otro me ayudaba agarrando mi pelo. En esas estábamos cuando nos paró la policía. Y es que supongo que ver a cinco tipos afuera de un carro, sosteniendo a una mujer que parece forcejear pero no puede hablar debe verse horrible. Pensaron que me estaban secuestrando y aunque ellos juraban que era del trabajo, resulta que mi bolsa y mis documentos se habían quedado en otro carro y si no es porque encontraron el badge colgando del pantalón, no dejan ir a nadie. Más tarde, mis amigos del carro se juntaron con los que llevaban mi bolsa y ya la pusieron cerca para evitar más altercados.
A las seis me desperté, sintiendo que algo vibraba en mi muslo. Era mi teléfono y mi pareja tratando de ver dónde estaba. Recuerdo haberle dicho “ayudame, no sé dónde estoy” antes de colgarle. Cuando pude abrir bien los ojos, vi sentado a la par a un amigo que tenía la cabeza caída sobre el pecho y que parecía llevaba un buen tiempo así, porque un delgado hilo de saliva le colgaba de la boca y su camisa se veía bastante húmeda. Tenía la cara llena de penes que alguien le había pintado con marcador negro.
Sentí una nueva llamada y contesté mientras me bajaba del carro. Mi pareja estaba terriblemente preocupada y me gritaba que dónde estaba. Y donde estaba era parqueada afuera de un putero que estaba a diez minutos del trabajo porque mis amiguitos habían decidido seguir la parranda en lo que los convalecientes nos despertábamos. Caminé en línea recta mientras seguía repitiendo “no sé dónde estoy” hasta encontrar la parada de un bus y lo tomé. Allí sentí que me iba quedando dormida pero cuando volví a sentirme consciente, ya estaba caminando para mi trabajo (porque por cierto, ese día tenía que entrar a trabajar a las 6).
Subí al cuarto nivel, fui a mi locker a buscar mis indispensables headsets de colcentrero y entonces vi que mi pierna derecha estaba completamente vomitada. Adentro del piso estaba mi pareja muerta de susto, pero le dije que todo estaba bien y le expliqué lo que recordaba había pasado. Fui al baño a ver el daño, que en verdad era mucho. Mi pelo estaba hecho un desastre y mi maquillaje se había corrido. Mi blusa por suerte estaba bien. Me alegra haber ido antes al “baño” porque si no habría estado hecha una piltrafa.

Salí a los diez minutos, por lo menos peinada, y me senté a tomar llamadas ocho horas y repitiéndome que no vuelvo a mezclar tanto alcohol e imprudencia jamás en mi vida y lo dije tantas veces que creo que el conjuro ha funcionado porque no me he vuelto a ver siquiera cerca de algo así otra vez