miércoles, 2 de agosto de 2017

La muerte de don Tavo

Tavito salió tarde del trabajo como todos los viernes. Cuando llegó a casa, se encontró con el espectáculo de cada semana: la mesa servida, los platos humeantes pero medio vacíos y  su papá pegándole a su mamá en la sala. Tavito iba a seguir la rutina de sentarse en la mesa a esperar a que su papá se calmara pero ya estaba harto, así que antes de cerrar la puerta, tomó uno de los ladrillos que a veces usaban para atrancar la puerta por las noches y se quedó observando.

Don Tavo se había quitado el cinturón, y Conchita sollozaba acurrucada en su sofá, tapándose la cara con ambas manos.  Don Tavo estaba muy borracho. Tanto, que muchos de sus cinturonazos rebotaban en el sillón y no contra el cuerpo de su esposa. Harto de no acertar, soltó el cinturón y empuñó la mano, pero antes de que pudiera levantar el brazo, Tavito le descargó el ladrillo en la cabeza, haciéndolo caer pesadamente sobre el piso recién trapeado.

Tavito se alistó para recibir los puñetazos de su papá, que seguro iba a matarlo, pero don Tavo no se levantó. Conchita se había quitado las manos de la cara, y cuando vió a don Tavo en un charco de sangre, empezó a llorar compulsivamente.

-Ay papaíto. Mataste a tu papá. ¿Ahora qué vamos a hacer?- fue lo único que la señora alcanzó a decir antes de perder la conciencia en el sillón.
Ahora Tavito tenía dos problemas. Despertar a su mamá y confirmar si su papá estaba muerto. Estableció prioridades y le tomó el pulso a don Tavo. Tenía los párpados entreabiertos y el color había desaparecido de sus ojos. De su boca salía parte de la cena y el alcohol que había consumido durante el día, formando una masa amarillenta y espumosa que flotaba sobre la sangre que seguía manando de su cabeza.Definitivamente, don Tavo estaba muerto.

Tavito Consultó su reloj. Eran las nueve cuarenta y uno. Dejó a su papá donde estaba, seguro de que no iba a moverse, cerró la puerta con seguro, y se fue al sillón. Conchita estaba acostumbrada a lo horrible que era vivir con don Tavo, pero lo respetaba profundamente. El verlo boca abajo y sangrando en el suelo había sido demasiado para ella. Tavito tuvo que cargarla para llevarla a su habitación, y acostándola en la cama, la despertó con un pañuelo impregnado de alcohol.

-Mataste a tu papá, m’hijo- repetía. -¿Ahora qué vamos a hacer?-

Tavito se abrazó a su mamá y le dijo muchas veces que las cosas iban a estar bien. Conchita también se abrazó a su hijo, acomodándose en su pecho para protegerse. Sabía que Dios la podía castigar por sentirse aliviada de no tener que soportar más palizas de su esposo,  pero confiaba en su misericordia. Ya iría a la iglesia a rezar por su alivio en cuánto pudiera.

Tavito también se sentía aliviado y aunque estaba muy preocupado, no podía salir del letargo involuntario en que la situación lo tenía. Cuando volvió a ver la hora, el reloj marcaba más de las once y media. Su mamá estaba aún entre sus brazos y todo parecía estar bien. El único detalle era que el cadáver de su papá seguía en el primer nivel, con la cabeza recostada en un charco de su propia sangre.

-Quedate aquí, mamaíta. Voy a ver qué hago. Tratá de dormir, pero no vayas a bajar, ¿si? – Le dijo a Conchita, dejándola en la cama y saliendo lentamente de la habitación para comprobar los daños.

Desde las gradas pudo ver que la sangre se había extendido en la sala, y el olor a vómito era insoportable. Después de pensarlo un rato se decidió por la única opción en que había pensado para salir del problema en que estaba y tomando el teléfono, marcó uno de los cuatro números que sabía de memoria.

-¿Aló, Rafa?- Preguntó en cuanto la llamada entró.
-¿Tavo? ¿Qué pasó, mano?- Le respondió del otro lado una voz adormitada.
–Vos, voy a necesitar un favor de los grandes. Necesito que te vengás para mi casa lo más rápido que podás y que le digas al Pepita que te acompañe.-
-Vaya, mano. No hay clavo. ¿Estás bien?-
- Simón, cuando vengás te explico.
- Vaya, ay llego, ¿oiste?- Fue lo último que escuchó Tavo antes de colgar.

Con los trapeadores de su mamá limpió la sangre del piso de la sala, y los llevó a la lavadora. Colocó dosis peligrosas de cloro y continuó con su labor. Para cuando escuchó su teléfono sonar, ya casi había terminado la limpieza profunda del piso, el cuerpo fornido de su papá estaba tendido en la sala, y para evitar más manchas, le había colocado algunas sábanas y una almohada en la cabeza.

- Ah la puta, mano. ¿Qué hiciste?- Le dijo Rafa al entrar a la casa y ver a su tío acostado en una almohada que estaba volviéndose marrón.
Tavo se limitó a subir los hombros, viéndose las palmas de las manos y apretando los labios sin poder decir nada al respecto.

-¿Trajiste al Pepita?- Preguntó, en cuanto pudo.
-Simón. Está con el carro afuera. No le dije que entrara porque no sabía.

-Ah, qué bueno. Llamalo al teléfono y decile que te avise cuando no haya nadie afuera, vamos a sacar esto, y lo vamos a meter al carro.- Dijo Tavito, señalando a su papá mientras Rafa marcaba nervioso.

-Vos, dice que no hay nadie, que te apurés y que igual por la hora la gente ya no anda en la calle.- le dijo Rafa un momento después.

Con la sábana que Tavito había puesto bajo la cabeza de don Tavo, lo envolvieron, y lo sacaron entre los dos. Salieron con miedo pero el Pepita tenía razón porque no había nadie afuera, así que fue fácil meter a don Tavo en el asiento trasero del auto. Tavito se fue con él para mantenerlo erguido y para cuidar que no ensuciara la tapicería. Rafa se subió al asiento del copiloto.

-Ahorita vámonos al campo de fut que está por el chupadero al que va mi papá.- Le dijo Tavito al Pepita, que solo asintió y condujo el auto, que parecía estar lleno de muertos que respiraban agitados.

Al llegar, encontraron el campo a medio iluminar pero vacío. Dieron un par de vueltas para confirmar que no había nadie y se decidieron a parar en la esquina que más oscura les pareció.
– Ahora ayudame a sacarlo .- Le dijo Tavito a Rafa, que ya abría la puerta trasera mientras él se bajaba a buscar piedras. Encontró una que le pareció adecuada y la puso cerca de la acera. 

Al sacar el cuerpo, Rafa le quitó la sábana y trató de ponerlo de pie siguiendo las instrucciones de su primo y pasándo el brazo rígido de su tío alrededor de sus hombros. Entonces Tavito lo tomó por el cuello y le dio un leve empujón hacia atrás, haciendo que don Tavo enterrara la piedra en el cráneo y el cuello con la caída. Rafa se limitó a ver todo con la boca abierta, y el Pepita continuó en su puesto de centinela sin inmutarse. Tavito subió al carro y Rafa hizo lo mismo, con los ojos a punto de salirse de sus órbitas.

Al llegar a su casa, Tavo se bajó y con un movimiento de cabeza les dijo hasta luego a Rafa y al Pepita, que le devolvieron el saludo y entró a su casa como un sonámbulo.
Era casi la una cuando tocó la puerta de su mamá. La señora lo veía con ojos angustiados, pero ya había dejado de llorar.

–Todo va a estar bien, mama. No se preocupe.- Dijo, y se acercó a la cama para besarle la frente, cómo ella hacía cuando él era un niño. La señora se durmió automáticamente después de ese beso y Tavo fue a su habitación, cayendo rendido en su cama hasta las cuatro de la mañana, hora en que los fuertes golpes que estaban dando en la puerta lo despertaron.

Era don Armando, el señor del periódico, que venía a decirle que habían encontrado a su papá tirado en la calle y se lo habían llevado los bomberos. Tavito le dio las gracias y llamó a los bomberos. Después a la policía. Allí le dijeron que su papá estaba en la morgue. Lo fue a traer y lo velaron esa noche.

-Es que muy bolo era el don, hombre.- Decían las amigas de Conchita, esperando a que esta saliera a recibir las condolencias.

-Ya decía yo que así iba a parar. Es que mucho chupaba y ya no se controlaba ni en la caminada.- Decían también sus amigos de cantina, que habían llegado a la casa a darle el último adiós a su amigo. Solo entonces Tavito pudo llorar y limpiarse los pecados mientras sus lágrimas caían copiosamente y los presentes le pedían que se calmara.

Desde la ventana que daba a la calle, Conchita veía a la gente que estaba llegando sin decidirse a bajar porque don Tavo se había llevado todo su llanto y lo único que tenía para despedirlo era la calma que desde la noche anterior le salía por los poros.