miércoles, 3 de enero de 2018

#YoTambién

Dina Fernandez alborotó el avispero recién empezado el año. Después de su columna (Hermosa,colorida dolorosa y triste, tan parecida a América Latina) El hashtag #YoTambién brotó por todas partes.
Durante el día vi infinidad de posts de mujeres violentadas, abusadas y,sobre todo, valientes, contando sus experiencias, para desahogarse, para que otras sepamos que no estamos solas, para  dimensionar el abuso omnipresente, acechando como un monstruo gigante e invisible que nos aniquila sin matarnos (cuando tenemos suerte).
Hace mucho, cuando tenía catorce, mi hermana (que tenía 6) enfermó. Ya no recuerdo bien de qué. Para que no se atrasara en el cole, me enviaron a traer cuadernos a casa de un amiguito que vivía cerca de nosotros.
Su amiguito tenía otros hermanos, uno de ellos, el mayor, tenía diecinueve y estaba en casa. Era hermoso. Alto, Ojos grises, cabello castaño, labios delgados y rojísimos. Siempre me había parecido perfecto. Mientras esperaba por los cuadernos, él y yo nos sentamos en la sala. Me sentía nerviosa porque lo veía interesado. La plática duró menos de cinco minutos. Seguí yendo toda la semana por los cuadernos del amiguito y siempre me sentaba en la sala a hablar con su hermano. El miércoles ya me había besado.  El viernes nos tomábamos de la mano esperando. Yo había estado muy deprimida y su cariño me hacía feliz.
Afortunadamente mi hermana faltó diez días al cole así que los siguientes días también fui. El último de ellos, cuando entré a la casa y me senté en la sala, me extrañó no ver al regordete hermanito. Su hermano me dijo que se había ido a casa de una tía que también vivía cerca. De inmediato me besó. Su impaciencia me puso nerviosa pero no quería que pensara que yo no quería corresponderle así que lo dejé hacerlo. Sentí sus manos tocando mis piernas y la alerta subió por mi pecho al mismo tiempo que sus dedos lo hacían para desabotonar mi blusa.
Le pedí que parara, pero no me escuchó,  así que lo separé de mi boca halándolo por el pelo cuando sentí que mi blusa estaba abierta. Eso lo enfureció y me pegó un puñetazo entre el ojo y la nariz que me atontó y me paralizó. Recuerdo perfecto su voz ronca diciendo que tal vez así me quedaba quieta.
Lo que sucedió después duró menos de un minuto, lo sé. Lo conté. Me dejó la ropa sucia y el corazón roto. Lo vi levantarse a revisar el sillón y dijo que "menos mal era oscuro". Me alcanzó unas toallitas húmedas que usé torpemente mientras me arreglaba la ropa.
Salí llorando pero antes de cerrar la puerta, lo oí decirme que no le dijera a nadie. Que eso me ganaba por puta. Recuerdo haber llegado a casa a llorar hasta cansarme. Recuerdo también haberme bañado muchas veces. Se me hizo un morado en el pómulo, pero cuando me preguntaron, dije que había sido jugando al basket. Un par de semanas después, me expulsaron del colegio por una serie de eventos desafortunados que tenían algo que ver con ese incidente y la depresión severa que venía incubando un año atrás y que terminó con mi segundo intento de suicidio a finales del año escolar.
Al violador (que eso es, a final de cuentas) lo vi frecuentemente durante los siguientes años cerca de casa y siempre sentía sus ojos acusándome, callándome, como si fuera mi culpa. Ahora ya no importa. Hace años que él ya no vive y la sombra de sus dedos tocando mi cuerpo ya no me persigue cuando duermo.
Antes que ustedes, solo las personas más emocionalmente cercanas a mí lo sabían. Pero creo que, como leí tantas veces, callarse es hacerse cómplice. Y es necesaria la dignificación de la víctima, en lugar de culpabilizarla por el constructo misógino que nos hace creer que la culpa es nuestra porque "el hombre llega hasta donde la mujer quiere".
Yo no quise nunca. Yo pedí que parara.

#YoTambién