martes, 13 de junio de 2017

El rapto


Hace un año, cerca de estas fechas, me desperté una noche porque sentí que un camino de manos sobre mi cuerpo me sacaba de la cama para  llevarme a la calle con todo y sábanas. Grité todo lo que pude y vi a mamá, todavía en camisón, estirar el cuello para ver si me estaban haciendo daño.
-¡Suéltenme, hijos de puta!- Les grité.
-Métanle algo en la boca. Dios no dice esas cosas.- Dijo alguien que estaba lejos, y me bajaron un poco, lo suficiente para anudar una parte de mi sábana atrás de mi cabeza y meter algo del trapo en mi boca para amortiguar mi voz, cosa que lograron porque pronto empecé a ahogarme con la saliva que bajaba por mi garganta. Decidí dejar de gritar porque de todas formas nadie iba a ayudarme.
Salieron de la casa conmigo en hombros y mamá se asomó a la puerta, todavía con el cuello estirado mientras otras personas intentaban calmarla.
-Con cuidado, m'hijo.-  Me gritó cuando ya dábamos la vuelta a la cuadra y me llevaban a la iglesia.
Cuando llegamos, escuché que la gente, entusiasmada, dejaba de hacer sus cosas y me observaban, como si nunca antes nos hubiésemos visto.
-¡Es el niño Dios!  ¡Ya lo trajeron!- Decían.  Adentro, la iglesia estaba adornada para las fiestas que teníamos que celebrar esa semana. El anda de la procesión estaba casi montada y muchísimas flores adornaban sus esquinas. En el suelo yacía, partida por la cadera, una figura religiosa, que tenía casi todas mis facciones.
Que me dijeran “niño Dios” no era nuevo. Cuando era pequeño, las viejas del pueblo nos detenían en la calle, a mamá y a mí, para decirnos “Te parecés a Dios”. Ella me veía, sonriendo, y ambos dábamos las gracias al mismo tiempo, casi cantando, entre orgullosos y avergonzados. Mientras pensaba en esto, veía a los encargados del anda hacer mediciones para confirmar si yo cabía en el lugar de dios.  Los que me habían traído se rehusaban a bajarme, sosteniendo fuertemente mis piernas y brazos, como si yo fuera un venado que acababan de cazar, probablemente por el miedo a que me escapara.
-¿Cómo se nos fue a caer?- repetían las señoras, llorando, mientras recogían los pedazos de la imagen del suelo. -Menos mal este se le parece- dijo alguien. –A esta hora ya no hubiéramos llegado a ninguna parte para pedir que nos prestaran uno.- Y quién sabe si nos lo hubieran prestado. Mejor a lo seguro.- Concluyeron.
En eso llegó el doctor del pueblo, preguntando por mí y a su solicitud me bajaron por un momento, atándome de pies y manos, y me dejaron frente a la parte superior de la imagen, bajando mi ropa de dormir mientras yo trataba de moverme para evitar que lo hicieran. Inmediatamente sentí un pinchazo en la pierna, un quejido ahogado salió de mi garganta y el doctor dijo que podían quitarme la sábana de la boca. Mientras lo hacían vi que los ojos de la figura me veían con compasión pero sus labios se curvaban en una mueca de burla que me dio vértigo antes de sentir que perdía el conocimiento.
Cuando pude abrir los ojos, sentí el sol quemando mi piel, sin dejarme ver nada. Tardé mucho tiempo en acostumbrarme a la luz de mediodía y cuando lo hice, vi que me habían puesto sobre el anda con una especie de taparrabos por toda vestimenta y que me habían atado de las muñecas, cintura y cuello a una cruz.  También habían metido una bolita de tela en mi boca,  y aunque podía respirar, no pude sacarla con la lengua por más que quise. En la calle, la gente se aglomeraba para verme y una banda que venía tras nosotros tocaba una triste canción que era acompañada por el llanto de la gente que venía en el cortejo.  Al llegar a una esquina y doblar la calle, vi gente persignándose mientras me veían fijamente. Los brazos me dolían y sentía como si mi cabeza tuviese piedras encima. Mi cuello también estaba lastimado y aunque aún quería bajarme, también quería seguir disfrutando del espectáculo. Ya que no tenía opción, seguí observando.  Las mujeres me lanzaban besos, y los hombres rezaban bajo mis pies mientras me cargaban. A cada paso me caían flores en las piernas, en el torso desnudo, y las madres cargaban a sus hijos para que pudieran verme mejor. Un par de niños se asustaron porque yo movía la cabeza pero sus mamás los calmaron enseguida y todos siguieron adorándome mientras la música subía y los cargadores se esforzaban por mantener el paso a lo largo de la calle.
Cuando empecé a buscar rostros conocidos, encontré el de mamá, bañado en lágrimas. Estaba completamente vestida de blanco y la veía orgullosa de mí. Entonces, levanté la cabeza y vi al cielo, tal como estaba la imagen por la que me habían cambiado. Entonces más personas empezaron a verme y escuché algunos aplausos, mientras sentía mi corazón llenarse de vanidad.
Me mantuve así todo el tiempo que pude hasta que sentí el cuello a punto de romperse y entonces dejé caer la cabeza sobre el pecho para descansar un poco. En cuanto sentí fuerzas suficientes, volví a erguirme y vi que mamá seguía observándome y que me hacía señas para que me mantuviera como estaba. Asentí ligeramente y como el cortejo estaba a punto de terminar, no tuve problemas para mantener la pose hasta el final. En la entrada de la iglesia nos recibieron montañas de flores y aplausos. La banda tocó su canción más triste y los cargadores susurraron oraciones pidiéndome perdón por sus pecados mientras yo asentía diciéndoles que estaban perdonados.
Ya dentro de la iglesia colocaron el anda en los soportes destinados para ello y un par de tipos se subieron a desatarme. Me sacaron el trapo de la boca y musitaron un “disculpe” mientras me devolvían la ropa de dormir. Me bajé de inmediato y busqué un lugar seguro para cambiarme  y en cuanto estuve listo, salí de la iglesia hacia la casa.
Vi mucha gente murmurar en la calle pero nadie me dijo nada y cuando llegué a casa, mamá se cercioró de que estuviera bien y me dio bebidas para que me repusiera mientras me abrazaba, orgullosa.  Esa noche dormí perfecto, soñando que me admiraban y al día siguiente mi vida siguió normal aunque el cuello me dolió aún unos días. Un par de meses después supe que habían reparado la figura.
Ayer que volvía del trabajo, vi que la gente de la iglesia estaba adornando la entrada.  Entré y pregunté cómo iba todo a las personas que ayudaban a preparar el cortejo. Entonces, viendo la imagen y una escalera cercana, pedí permiso para subir y comprobar que todo estuviera bien para evitar altercados como el del año pasado. Un poco extrañados, asintieron y entonces me subí a desmontar la imagen y me bajé de inmediato diciéndoles que todo estaba perfecto, yéndome enseguida.

Al llegar a casa le he dicho a mamá que tengo sueño y que quiero dormir pronto. Ella me ha dado las buenas noches pero me he puesto la ropa de dormir del año pasado porque creo que es de buena suerte.  Me he mantenido alerta y creo escuchar que tocan la puerta. Mamá pregunta si necesitan algo y escucho mucha gente entrando e ignorando su pregunta. Entonces cierro los ojos, tratando de esconder mi sonrisa, que se parece a la que la figura me devolvió el año pasado y siento nuevamente un camino de manos subiendo a mi cuerpo que me lleva  (pretendemos todos que es a la fuerza) a la alegría de ser su dios de nuevo.