La primera vez que
se me ocurrió, nadie hablaba muy en serio. “Igual y siempre nos va a quedar la
prostitución” dijo una amiga cuando hablábamos de nuestros problemas
económicos. Todas reímos y nadie se
atrevió a seguir el tema, pues todas sabíamos que incluso cuando parecíamos
fáciles, cobrar por cogerse a alguien estaba fuera de los límites de la fingida
decencia de cualquiera de nosotras.
Otro día, menos
lejano, en el trabajo, alguien volvió a decir lo mismo. Hablamos y reímos,
mientras divagábamos entre los pros y contras de ejercerlo para ganar dinero.
-Al fin y al cabo, ustedes dan las nalgas de a gratis. Deberían empezar a
considerar poner por lo menos una tarifa-. dijo alguien. Volvimos a reír pero la idea se quedó rebotando en mi cabeza el resto del día.
No era que me
faltara el dinero. Quiero decir, tampoco me sobraba, pero podía vivir una vida
decente con un trabajo medianamente remunerado. Pero la soez idea de
prostituirme, de recibir dinero por el simple hecho de dar sexo, me picaba en
las sienes, en la boca, se extendía por mi espalda y me vibraba en los muslos,
produciéndome ganas de intentarlo por lo menos una vez, para ver qué se sentía.
Empecé a buscar en
clasificados. "Damas de compañía" leía en todas partes, pero eran
todos "empleos" que empezaban cuando yo aún debía estar en el
trabajo. Yo quería una vida oculta, no una ocupación de tiempo completo.
Además, pagaban poco.
Siempre creí que
se podría obtener más dinero a cambio de la satisfacción que podría ofrecer mi
cuerpo, pero supongo que mi escaso metro sesenta y los residuos de grasa que se
acumulaban un poco en torno a mi vientre y piernas no me hacían digna de ganar
más que unos cuantos miles al mes. -Ni modo- Me dije. -Hasta para ser puta hay
que tener suerte-. Dejé de buscar en la prensa y de pasar por los burdeles a
los que iba a preguntar en horas de la mañana (por estar menos concurridos), ya
que en todas partes requerían horarios fijos de martes a domingo, o por lo
menos, estadía permanente en sus instalaciones.
No pensaba tampoco
salir a la calle y esperar a que me recogieran porque me daba miedo y vergüenza
que alguno de mis amigos (que vivían en áreas cercanas a la mía) viera en qué
estaba yo invirtiendo mi tiempo libre.
Así que me resigné
a pensar como algo muy lejano el cobrar por erectar a cualquier persona y
recibir remuneración y placer al mismo tiempo. Sin embargo, una tarde que regresaba
del parque al que voy a caminar cuando me siento aburrida, un Tercel verde, que
venía en sentido contrario hacia donde yo iba hizo parpadear sus luces,
mientras la ventana del lado del copiloto bajaba con la ayuda del interruptor
automático. Un tipo simpático con gorra blanca, a manera de saludo me dijo:
-¿Te llevo?- Pensé que allí estaba mi oportunidad. Le sonreí lo más
seductoramente que pude, y le pregunté:- ¿A dónde me quiere llevar?-A donde
querrás, linda- me dijo, con actitud ganadora. ¿Quiere coger? Le pregunté,
tratando de que mis nervios no me delataran, y sintiendo como se agolpaba la
sangre en mis mejillas. Pareció confundido y me vio con atención mientras su
lengua le humedecía la boca. -¿Cuánto cobrás?- me preguntó un poco avergonzado.
¿Cuánto tiene? le dije, tratando de parecer ducha en el arte del regateo. ¿Te
vas por un par de cienes? me dijo. No le contesté nada y me subí a su carro. Me
besó la mejilla. Preguntó a dónde íbamos. Le dije que a unas cuantas cuadras,
había un auto-hotel que me parecía bien. Pasó a la farmacia. Esperé mientras el
corazón galopaba lejos de mi cuerpo y mi conciencia bajaba las persianas para
no verme. Vi el interior del carrito mientras discretamente confirmaba que mi
cuerpo oliera bien. Regresó y continuamos nuestro camino.
La lona que tapaba
la entrada del auto - hotel ensució un poco el vidrio delantero. Bajamos del
carro y me tomó de la mano. Me sentía verdaderamente nerviosa. Entramos a la
pequeña habitación y puso cerrojo. Así
de pobre era el lugar al que nos habíamos metido. "Igual te has ido con tipos a los que ni
conocés y sin ganar ni un centavo" me seguía repitiendo. Entré al baño
mientras él se acomodaba en la camita imperial. Por si las moscas, lavé lo
necesario para hacer el trabajo. Salí y él ya estaba casi desnudo. Me quité la
ropa en el acto. -Sin besos en la boca y el dinero por adelantado- le dije,
porque había escuchado en no sé dónde que eso no se hace si eres prostituta.
Sonrió mientras me acercaba. Rompió el empaque de los condones y dejó el dinero
en una mesita de noche que había cerca de la cama, mientras me tocaba. El
corazón me estallaba en los oídos. Me empecé a desnudar, y mientras mi vergüenza
caía con mi ropa interior, sentí una ligera lubricación que me decía que,
después de todo, no estaría mal el sexo fortuito y la emoción del dinero.
Afortunada (o
desafortunadamente) todo fue muy rápido. En quince minutos ya me había ganado
"el par de cienes". Los tomé y regresé al baño. Me ví la cara en el
espejo empañado del pequeño baño, y noté que tenía un poco corrido el
maquillaje, pero nada más. Me sentí de suerte. El tipo cogía mal, pero había
tenido peores encuentros, y eso lo dejaba a él en una escala intermedia. Salí y
ya estaba vestido. -¿Por dónde te dejo?- Preguntó. - Por donde me recogió- Le
dije. El trayecto de regreso fue silencioso. La culpa me golpeaba en la
cabeza, pero al fin y al cabo, no había invertido ni una hora de mi tiempo y de
no haber ido, habría estado en casa, comiendo mientras veía cualquier cosa por
la tele. Llegamos a dónde tenía que dejarme. -A ver qué otro día te miro,
muñeca- Me dijo. Asentí con la cabeza y empecé a caminar. Como mi casa estaba a
un par de cuadras de donde me había recogido, y no quería que me viera entrar,
solo giré a la derecha y le di vuelta a la calle. Luego, confimando que no me
había seguido, retomé el rumbo. Un par de cuidadores de carros ocasionales
estaban cerca de un poste y me hicieron el tradicional saludo de “Adiós rica”
cuando pasé. Pensé que tendría que tener demasiada necesidad (de dinero o
aventuras) para aventarme a lo mismo con cualquiera de ellos.
Mientras pensaba
en esto, maquinalmente mi mano buscó dentro de la pequeña bolsa que llevaba mi
teléfono, ya que pensaba llamar a mi más cercana amiga para contarle de mi
reciente aventura. Pensé que no lo iba a
entender, con lo puritana que era, y lo volví a meter en el mismo
compartimento. Si hubiera girado o por lo menos vuelto la cabeza hacia atrás,
habría visto al tipo en moto que me seguía desde que los patanes de un par de
cuadras atrás me habían saludado, y me habría metido a la tienda de don
Alberto, que siempre estaba llena de borrachos, pero que, al menos, me habría
guarecido del inminente robo.
-¿A dónde vas?-
fue su primera pregunta, que me sobresaltó porque estaba muy cerca ya de casa y
venía demasiado emocionada por el reciente suceso. Lo ignoré y caminé un par de
pasos hasta que cruzó la moto en mi camino, subiendose con todo y ella a la
acera para mostrarme una pequeña arma que hacía bulto en un costado de sus
pantalones. -¿Qué llevás en esa bolsa?- fue su siguiente pregunta, al verme
parada e inerte. -Sacá tu teléfono y aquí no ha pasado nada- me dijo el muy
imbécil. Aunque la verdad, la imbécil fui yo, pues mientras sacaba el teléfono
barato de fabricación coreana que llevaba conmigo cuando iba al parque, con el
nerviosismo también salieron los dos billetes que acababa de ganarme. –Quédate
con esa mierda- me dijo, - mejor solo dame las varas-. Temblando le di el efectivo,
que tomó mientras aceleraba con la mano la maldita motocicleta y se alejaba con
el dinero que me había costado algo más que quince minutos de mover la pelvis y
gemir un poco.
Caminé los escasos
pasos que me faltaban para llegar a casa, entré a mi habitación y preferí reírme.
Ya no tenía el dinero, es cierto, pero lo cogido ni quién me lo quite. Ni modo,
es cierto eso de que hasta para ser puta hay que tener suerte. Tal vez salga otro día a ver si pica algo.
Aunque esos golpes de suerte se dan pocas veces en la vida.