Todos
salieron de la iglesia. No pasaba de las once de la mañana. Enfrente tenían una
calzada de cuatro carriles. Dos hacia el sur y dos hacia el norte. Si Norma
hubiera notado que los cordones de Guillermo estaban desatados, se habría
agachado como acto reflejo para arreglar las cintas del zapato de su hijo. Él
habría observado la cabeza de su madre, y la habría besado, como tantas otras
veces. Después, Norma se habría detenido, y ambos hubiesen visto a ambos lados
de la calle, cruzándola con cautela. La abuela y Gabriela habrían estado
esperando del otro lado, para continuar el camino de regreso a casa, pues se
habrían adelantado un poco. Gabriela habría extendido la mano hacia Norma,
esperando con impaciencia que se la tomara. Probablemente Norma no habría visto
la mano extendida de su hija y habría seguido caminando. Mientras regresaban, habrían
hablado sobre el cumpleaños de Guillermo y sobre lo que deseaban comer en esa
fecha. Gabriela habría recordado, como los últimos días, su bonito vestido
rojo, y habría preguntado cuántos días faltaban para que pudiera ponérselo.
Norma habría contestado un tanto fastidiada que ya había contestado muchísimas
veces a esa pregunta, y la abuela habría dicho -"faltan cuatro"-.
Al
llegar a casa, habrían dejado los libros de la iglesia en la mesita rectangular
de la sala y habrían ido todos a sus habitaciones. Norma no besaría a Jorge,
preocupada como estaría por el dinero. Jorge sentiría nuevamente el rechazo de Norma, y lo ocultaría quejándose por el despilfarro de esta. Seguirían
repartiendo culpas unos cuantos minutos hasta que Jorge, hastiado, tomaría el
control remoto del televisor y buscaría cualquier canal de deportes para
entretenerse como la mayoría de los domingos.
Mientras,
la abuela estaría preparando el almuerzo, y los chicos estarían sentados en el
desayunador, comiendo gelatina y pellizcándose los brazos el uno al otro de vez
en cuando. La abuela llamaría al orden
muchas veces, y les explicaría la importancia de respetarse y quererse como los
hermanos que eran. Norma saldría de la habitación a la cocina por un poco
de agua, y para sacudirse el tedio, encontraría a sus hijos con las ropas de
domingo manchadas de gelatina, y regañaría a su suegra por no haberlos cambiado
antes de servirles el refrigerio. Luego servirían el almuerzo y todos hablarían
del día en la iglesia, de los amigos de los chicos, y escucharían el eterno
lamento de Jorge, quejándose de su monótono trabajo. La comida habría
terminado, y Jorge habría vuelto a la televisión, Norma a la cama, y los chicos
a la habitación de la abuela. Pronto sería el cumpleaños de Guillermo y la vida
era buena.
Fue
una lástima que Norma no viera los cordones desatados de los zapatos de
Guillermo. Solo vio a Gabriela y a la abuela alcanzar la otra acera y siguió
caminando. El automóvil que los embistió no frenó nunca. No tuvo tiempo.
Guillermo recibió el impacto de la defensa en el pecho y salió impulsado seis
metros adelante, soltándose de la mano de su madre, aunque por inercia,
las uñas de ella se clavaron un instante en la muñeca de su hijo, antes de que este
saliese despedido contra el pavimento. Norma rebotó sobre el capó y se sumergió
en el carro, rompiendo con la cabeza el vidrio delantero y dejando fuera
solo la pierna izquierda. La abuela lo vio todo pero no quiso contar nada,
salvo que había intentado cubrir los ojos de Gabriela. Los bomberos no tardaron
en llegar. Para Guillermo era tarde, todavía convulsionaba cuando lo colocaron
en la camilla. Dejó de respirar cuando subían a Norma y su pierna destrozada a
la ambulancia. Jorge recibió la llamada del hospital justo cuando iba a
bañarse. Era la abuela.
Ya no almorzaron nada ese día y la gelatina estuvo
más de un mes en el refrigerador. La casa se volvió triste y la abuela dejó de
pedir ayuda para cocinar. Los años de dolorosa terapia consumieron el ánimo y
las pocas ganas de Norma de besar a Jorge cuando alguno de ellos llegaba a
casa.
La
vida pudo haber sido buena, pero Guillermo no se percató de sus pies en el
único día que tenía que haberlo hecho.
Y ahora
que lo pienso, ya nunca pude ponerme el vestido rojo. Desde entonces no puedo
evitar ver mis zapatos cuando voy a cruzar la calle.
Como algo tan simple, puede terminar con tanto!
ResponderEliminarDe verdad sucedió?
ResponderEliminarSí y no. Los cuentos (al menos los míos) en general son la posibilidad de que algo pase basadas en algo que posiblemente pasó.
ResponderEliminarGracias por leer.
esto salió del corazón, y es su motor ." Y si hubiera ? " cabe acá sin duda. Gracias por compartir su historia y de una forma tan bella.
ResponderEliminarWow, si es realidad o no, no me importa, pero es realmente intrigante leer una historia de esa magnitud y saber que un detalle simple cambia muchas cosas, te veo en Twitter de vez en cuando cuando alguien a quien sigo le da me gusta a algo tuyo y he pensado muchas veces, que bonita es la vida de ella y le enseño a mi hija de 20 años de como una joven como vos tiene una hija tan grande ya, a esa edad,y más por lo bien formada que se ve tu hija! Felicidades por ser como sos!
ResponderEliminarCosas que impactan y que quedan plasmadas en la vida de uno, pensar las cosas que podrían haberse hecho, si tan solo hubiera existido esa pequeña oportunidad de cambiar un momento en la vida para que todo continuara igual, me identifico con eso, en este 2020 en el cual tuve a mi papá los primeros meses antes de la pandemia y luego sin pensarlo se nos fué de golpe, gracias por compartir tu vivencia
ResponderEliminarGracias por compartir, extraordinario cuento, sin duda un evento puede cambiarnos todo en la vida.
ResponderEliminarDuro y crudo...y si paso muchas veces
ResponderEliminarGracias por compartir Lic. Admiro sus formas de escribir. Leerla es un verdadero gusto.
ResponderEliminarQué buen texto! engancha, felicitaciones por ese pulido estilo.
ResponderEliminarLlore Jenny. Cierro los ojos y veo los zapatos, yo si los veo.
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