sábado, 21 de enero de 2017

Las agujetas de Guillermo

Todos salieron de la iglesia. No pasaba de las once de la mañana. Enfrente tenían una calzada de cuatro carriles. Dos hacia el sur y dos hacia el norte. Si Norma hubiera notado que los cordones de Guillermo estaban desatados, se habría agachado como acto reflejo para arreglar las cintas del zapato de su hijo. Él habría observado la cabeza de su madre, y la habría besado, como tantas otras veces. Después, Norma se habría detenido, y ambos hubiesen visto a ambos lados de la calle, cruzándola con cautela. La abuela y Gabriela habrían estado esperando del otro lado, para continuar el camino de regreso a casa, pues se habrían adelantado un poco. Gabriela habría extendido la mano hacia Norma, esperando con impaciencia que se la tomara. Probablemente Norma no habría visto la mano extendida de su hija y habría seguido caminando. Mientras regresaban, habrían hablado sobre el cumpleaños de Guillermo y sobre lo que deseaban comer en esa fecha. Gabriela habría recordado, como los últimos días, su bonito vestido rojo, y habría preguntado cuántos días faltaban para que pudiera ponérselo. Norma habría contestado un tanto fastidiada que ya había contestado muchísimas veces a esa pregunta, y la abuela habría dicho -"faltan cuatro"-.
Al llegar a casa, habrían dejado los libros de la iglesia en la mesita rectangular de la sala y habrían ido todos a sus habitaciones. Norma no besaría a Jorge, preocupada como estaría por el dinero. Jorge sentiría nuevamente el rechazo de Norma, y lo ocultaría quejándose por el despilfarro de esta. Seguirían repartiendo culpas unos cuantos minutos hasta que Jorge, hastiado, tomaría el control remoto del televisor y buscaría cualquier canal de deportes para entretenerse como la mayoría de los domingos.
Mientras, la abuela estaría preparando el almuerzo, y los chicos estarían sentados en el desayunador, comiendo gelatina y pellizcándose los brazos el uno al otro de vez en cuando.  La abuela llamaría al orden muchas veces, y les explicaría la importancia de respetarse y quererse como los hermanos que eran. Norma saldría de la habitación a la cocina por un poco de agua, y para sacudirse el tedio, encontraría a sus hijos con las ropas de domingo manchadas de gelatina, y regañaría a su suegra por no haberlos cambiado antes de servirles el refrigerio. Luego servirían el almuerzo y todos hablarían del día en la iglesia, de los amigos de los chicos, y escucharían el eterno lamento de Jorge, quejándose de su monótono trabajo. La comida habría terminado, y Jorge habría vuelto a la televisión, Norma a la cama, y los chicos a la habitación de la abuela. Pronto sería el cumpleaños de Guillermo y la vida era buena.
Fue una lástima que Norma no viera los cordones desatados de los zapatos de Guillermo. Solo vio a Gabriela y a la abuela alcanzar la otra acera y siguió caminando. El automóvil que los embistió no frenó nunca. No tuvo tiempo. Guillermo recibió el impacto de la defensa en el pecho y salió impulsado seis metros adelante, soltándose de la mano de su madre, aunque por inercia, las uñas de ella se clavaron un instante en la muñeca de su hijo, antes de que este saliese despedido contra el pavimento. Norma rebotó sobre el capó y se sumergió en el carro, rompiendo con la cabeza el vidrio delantero y dejando fuera solo la pierna izquierda. La abuela lo vio todo pero no quiso contar nada, salvo que había intentado cubrir los ojos de Gabriela. Los bomberos no tardaron en llegar. Para Guillermo era tarde, todavía convulsionaba cuando lo colocaron en la camilla. Dejó de respirar cuando subían a Norma y su pierna destrozada a la ambulancia. Jorge recibió la llamada del hospital justo cuando iba a bañarse. Era la abuela.
 Ya no almorzaron nada ese día y la gelatina estuvo más de un mes en el refrigerador. La casa se volvió triste y la abuela dejó de pedir ayuda para cocinar. Los años de dolorosa terapia consumieron el ánimo y las pocas ganas de Norma de besar a Jorge cuando alguno de ellos llegaba a casa.
La vida pudo haber sido buena, pero Guillermo no se percató de sus pies en el único día que tenía que haberlo hecho.

Y ahora que lo pienso, ya nunca pude ponerme el vestido rojo. Desde entonces no puedo evitar ver mis zapatos cuando voy a cruzar la calle.

11 comentarios:

  1. Como algo tan simple, puede terminar con tanto!

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  2. Sí y no. Los cuentos (al menos los míos) en general son la posibilidad de que algo pase basadas en algo que posiblemente pasó.

    Gracias por leer.

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  3. esto salió del corazón, y es su motor ." Y si hubiera ? " cabe acá sin duda. Gracias por compartir su historia y de una forma tan bella.

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  4. Wow, si es realidad o no, no me importa, pero es realmente intrigante leer una historia de esa magnitud y saber que un detalle simple cambia muchas cosas, te veo en Twitter de vez en cuando cuando alguien a quien sigo le da me gusta a algo tuyo y he pensado muchas veces, que bonita es la vida de ella y le enseño a mi hija de 20 años de como una joven como vos tiene una hija tan grande ya, a esa edad,y más por lo bien formada que se ve tu hija! Felicidades por ser como sos!

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  5. Cosas que impactan y que quedan plasmadas en la vida de uno, pensar las cosas que podrían haberse hecho, si tan solo hubiera existido esa pequeña oportunidad de cambiar un momento en la vida para que todo continuara igual, me identifico con eso, en este 2020 en el cual tuve a mi papá los primeros meses antes de la pandemia y luego sin pensarlo se nos fué de golpe, gracias por compartir tu vivencia

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  6. Gracias por compartir, extraordinario cuento, sin duda un evento puede cambiarnos todo en la vida.

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  7. Gracias por compartir Lic. Admiro sus formas de escribir. Leerla es un verdadero gusto.

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  8. Qué buen texto! engancha, felicitaciones por ese pulido estilo.

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  9. Llore Jenny. Cierro los ojos y veo los zapatos, yo si los veo.

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