El día empieza como muchos otros. Mamá se
levanta antes de que el sol lama las puntas de las colinas que rodean el
pueblo. En cuanto se despierta va a mi habitación y me acompaña a la calle,
escoba en mano. Adormilado, barro las hojas amarillentas que el viento de la
noche ha sacudido de los árboles y la oigo decir que se le ha acabado una
madeja de lana. La blanca. Presiento que
tendré que ir por ella más tarde y faltar al colegio de nuevo.
Termino de barrer mientras ella se sacude
el frío de la ropa y la veo entrar a preparar su café. Los dedos de mis pies
empiezan a teñirse de azul por el frío de la calle. No debí salir sin
calcetines aunque prefiero eso a que ella se moleste por haberlos ensuciado tan
temprano.
Entro a casa y la encuentro tomando café.
Sus lentes están empañados, pero no importa porque bebe con los ojos cerrados.
Dice que el aroma le recuerda a papá. Le pregunto si ha llamado y dice que no,
que solo envió mi mensualidad como siempre.
Cuando le quedan un par de sorbos a su taza de café, la voltea, el
líquido cae al suelo y con un intento de sonrisa escapando de la comisura de su
boca me pide disculpas. Voy por una servilleta para limpiar, pero ella me
detiene diciendo que el piso quedará horrible con papel, que use un paño, así
que tengo que limpiar con él e ir a lavarlo después de eso.
Cuando termino, noto que no se ha ido a
su habitación. No tengo la lana blanca y no puedo tejer, dice. Le digo que voy
a bañarme y enseguida voy por ella. Dice que luego tendré tiempo para bañarme,
y me da dinero para ir a la tienda de telas e hilos que está en la entrada del
pueblo. Reviso la cantidad, que es exacta para comprar la lana y le pregunto si
me dará dinero para tomar el autobús. Dice que no es necesario. Que me hará
bien hacer ejercicio y caminar un poco. Voy a cepillarme los dientes y trato de
arreglar mi pelo. Me pongo los pantalones que el día anterior me puse sucios,
calcetines y un par de tennis y salgo de casa.
No se vaya sin despedirse, dice. Me
acerco para besar su mejilla y me da una bofetada antes de llegar a ella, como
hace siempre, diciéndome que despierte, que parezco dormido. Siento el ardor de
sus dedos en la piel, que imagino roja y salgo, con un poco de frío y un poco
de hambre saltando en mi estómago.
El camino al almacén de lanas es largo y
empinado pero está en línea recta desde casa. Al menos sé que más adelante hay
árboles de fruta y podré comer algo. Creo que el desayuno de ayer fue lo último
que comí pero no estoy seguro. Me tardo casi una hora en llegar y compro
pronto. He tenido que regatear un poco porque las lanas estaban más caras, pero
como mamá siempre compra en el mismo lugar, al final he conseguido la preciosa
lana blanca al mismo precio "por última vez".
Regreso a casa pronto y encuentro el camino
mucho más corto porque ahora va hacia abajo. Al llegar estoy empapado en sudor
pero me siento bien. Mamá se bañó mientras no estuve y está muy guapa, aunque
ha dejado el baño hecho una porquería y ahora tengo que limpiarlo. Al terminar,
veo que ella está revisando lo que llevé y dice que la lana no es igual a la de
siempre. Le digo que han cambiado el precio y que la próxima vez tendré que
llevar un poco más de dinero. Mamá responde que quiero robarle y que la próxima
vez me dará lo mismo. Me siento un poco fastidiado pero no digo nada. Solo
quiero bañarme aunque no puedo hacerlo porque mamá quiere que le ayude a
limpiar el jardín, así que paso el resto de la mañana recogiendo hojas muertas
y revisando el abono de los nuevos rosales que mamá compró la semana anterior y
cuando termino, hago la limpieza de la casa muchas veces porque a mamá le
molestan las manchas que dejo en el piso cuando camino aunque le he explicado
mil veces que no puedo evitar caminar mientras limpio.
En el almuerzo tomo un intento de sopa
que consiste en algunas hierbas que recogimos en el jardín por la mañana, que
no saben a nada y que me dan más hambre de la que me quitan. La comida de mamá,
en cambio, luce fantástica. Creo que fue a la carnicería mientras estuve fuera
porque veo una comida completa que incluye una jugosa porción de carne y
guarniciones que tarda mucho en comer pero debo esperar hasta que termine para
poder levantarme a lavar los platos sucios.
Cuando acabamos y me dirijo a la cocina veo
que el resto de la sopa está derramada en el piso y mamá dice que se le habrá
caído por accidente. Entonces me toca limpiar otra vez. Hasta que brille, ha dicho, y veo que cuando
se ha ido de la cocina, sus pies se han llevado la sopa hasta la sala y que ha
manchado un poco la alfombra que está cerca de su sillón. Me toma más de una
hora limpiar todo porque la alfombra solo se limpia cepillándola. Siento que mi
espalda va a romperse y tengo la necesidad de sentarme porque he pasado todo el
día haciendo más cosas que las que hago normalmente.
Al terminar con la alfombra, me levanto y
veo a mamá tejiendo pacientemente. Me acerco para contarle que ya acabé con
todo. No te sientes porque estás sucio, dice, así que me quedo de pie. No sé
por qué papá dejó de llamarnos y el dinero que nos manda es poco. No alcanza
para nada, termina, hundiéndose en una profunda exhalación con la que parece
querer expulsar su frustración o su tristeza.
Solo asiento, sin responder y la veo levantar la mirada, analizándome,
desnudándome lentamente mientras niega con la cabeza por la repulsión que le
produce verme. Es una lástima que me parezca tanto a papá.
Antes de que descanses, necesito que
vayas por pan, murmura, volviendo la vista al precioso chal que está tejiendo.
Le pido dinero y responde que utilice el que me sobró de las lanas y aunque le
recuerdo que me dio la cantidad exacta, afirma que le he mentido y que quién
sabe qué habré comprado al ir en la mañana a la entrada del pueblo. Ella no
está criando ladrones y será mejor que vuelva con pan en menos de treinta
minutos, CULMINA.
No quiero salir de casa sin dinero. Me
siento cansado y triste. Observo a mamá, admirando sus preciosas lanas, su
precioso tejido y sus preciosa agujas y siento que la rabia que tengo contenida
desde esta mañana me rueda del pecho a la garganta, arrastrando los recuerdos
de todos los otros días en que también me he sentido humillado. El enojo me
baja por el brazo, corriendo, como yo venía esta mañana de la venta de hilos.
Siento los ojos pesados y parpadeo lentamente mientras mi mano se mueve a la
canasta con lanas. Entonces veo que he tomado una aguja y la he clavado en la
mano de mamá antes de que tenga tiempo de reaccionar. Ella lanza un grito de
angustia y me da una bofetada con la mano libre. El sonido de su mano rebotando
contra mi piel me causa risa. Pienso que le voy a tejer las manos para que no
vuelva a tocarme la cara nunca mientras saco la aguja con la misma fuerza y
perforo su blanca mano hasta volverla bermellón. Entonces río. Río hasta que tengo
ganas de vomitar y mis ojos se cierran entre millones de colores que parecen
salir de mi risa.
Cuando abro los ojos, estoy sobre la
alfombra que acabo de limpiar y mamá teje. Qué bueno que te desmayaste antes de
salir, me dice cuando ve que estoy moviéndome. No habría podido entrarte.
Apenas si pude acomodarte en la alfombra. Seguro el sol de la mañana te hizo
daño. Me toco la cara y reviso el piso. Me alegra no haber vomitado. Le
pregunto si pasó algo más y dice que no, que le dije que iría a buscar el pan y
que me desmayé al dar la vuelta. Siento alivio en mi pecho y trato de
incorporarme. Ve al baño y lávate, me
dice. Cuando llego y me examino, noto
marcas de su mano en mi mejilla. Decido bañarme. Me desvisto y entro a la
regadera. Al intentar lavar mi pelo, siento dolor en la palma de mi mano. Veo
heridas superficiales que por suerte no sangran. Salgo y voy a sentarme al
sillón desocupado.
Mamá me observa, con la misma repulsión
de cuando estaba sucio y me pregunta cómo me siento. Levanto los hombros para
responderle. Papá no va a volver, ¿verdad? sale de mi boca y ninguno vuelve a
hablar en toda la noche aunque veo a mamá viéndome con rabia de vez en cuando.
Me vence el sueño. El chal que mamá teje
es precioso, aunque no creo que vaya a usarlo todavía porque la sangre de sus manos
ha manchado la lana blanca mientras trabaja.
Que fea lectura...
ResponderEliminarBastante malo. Cuando no se tiene talento/imaginación se abusa de la técnica. Una muestra de que cualquiera puede ser "cuentista" o cuentero.
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