sábado, 9 de julio de 2016

Cita de esquina

Ya sé que se me hizo tarde para venir a verlo. Es que me quedé haciendo las tareas con Carol. Le tuve que decir que lo terminara de hacer ella, que viera que hacía de cena y que le echara un ojo a los nenes un rato. Me preguntó si iba a salir. Como si no supiera. Me dijo que me pusiera suéter. Que hay frío. Le respondí que sí con la mirada. La suya mostraba ese leve enojo de siempre que vengo a verlo. Antes de arreglarme, vi mis arrugas en el espejo. No había ni una nueva. Algunas canas me están saliendo cerca de la frente. La ropa me queda un poco ajustada. Será por el café y el pan dulce de después de la cena de los últimos días. Me voy a tener que quitar el gustito.
Revisé que la línea de mi falda estuviese recta, como le gusta. Que los ojales de mi blusa estuviesen planchados, y las medias en perfecto estado. Con un cepillo quité las gotas de polvo que se acumularon durante el día en mis zapatos de salir y abrí la puerta cuando las luces de los postes empezaban a despertarse. Tarde. Con lo poco que le gusta estar a oscuras. Son cuatro cuadras y media. Doscientos ochenta y cuatro pasos. Los cuento todos los días. Si me detienen las vecinas, hay que añadir unos veinte pasos más. Hoy, para mi suerte, no había nadie. Caminé muy deprisa antes de llegar a nuestra esquina. Pensé en los nenes. En la pobre Carol. En qué iba a contarle a usted. No pasó nada en el día. Los nenes llegaron en el bus y Carol vino después de la Universidad. Pobrecita. Siempre cansada. Siempre ocupada con el trabajo y la Universidad. Y las tareas. Y los nenes. Y yo... No debe aguantar la pobre.
Hoy vi a don Rafa en la mañana cuando fui por café. Me dijo que todavía lo extrañan en la tiendita. Me preguntó que cuántos años ya. Le dije que dos años con tres meses y cuatro días. Me dijo que ya era tiempo que dejara de venir a verlo. Que no era sano que anduviera con la luz todos los días. Que fue una mala suerte la bala perdida de aquella tarde pero que era tiempo de dejarlo ir. Le repetí que a usted nunca le gustó estar a oscuras. Que además le gustaban las velas. Que me gusta hablarle. Que aquí donde se quedó tirado pusimos la crucita. Que este lugar era importante porque aquí esperábamos a los nenes cuando venían en el bus del colegio. Que la traigo porque así me siento tranquila y de paso se la vengo a poner para que usted no esté de noche solito. Me dijo que a veces gente que no es de aquí pasa de noche por la tienda y le pregunta si es muerto nuevo. Que él explica que la muerte es vieja pero la herida todavía está abierta. Solo le pude decir que sí con la cabeza. Me puso una mano en el hombro y me dijo que si eso me da tranquilidad, que lo siga haciendo. Después de eso salí de la tienda.
La Carol dice, cuando habla de usted, que ya no venga. Que le da vergüenza, que parezco loca viniéndolo a buscar todos los días con la luz. No le haga caso, ella ya lo está olvidando y quiere que yo también lo haga. Los nenes ya ni se acuerdan y nunca me dicen nada cuando vengo ni cuando me voy. Así que hoy no pasó nada diferente pero quería venir a contarle.

Ya me voy porque hay días como hoy en los que la gente que pasa en los carros disminuye la velocidad cuando me miran encendiéndole la vela y se me queda viendo como si quisiera preguntar y aunque me incomoda, los entiendo. A mí también me daría curiosidad ver una vela prendida a diario en la esquina de un muerto que no es fresco. 

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