Lo que más recuerdo de la abuela es que, cuando yo era pequeña, ella
solía darme granos de café mientras desayunaba, aprovechando que mamá estaba
ocupada. También recuerdo que en casa todo el mundo contaba que la abuela nació
oliendo a café y que, en cuanto pudo caminar, aprendió a subirse al regazo del
bisabuelo para oler su café de las mañanas. Algunos años después, cuando él
llevó a casa algunos granos para que los probaran, al tocarlos ella le dijo que
iba a romperse una pierna. El bisabuelo se burló de la ocurrencia pero se
acordó del aviso cuando dos días después, metió el pie en una zanja y lo
entablillaron un par de meses para que se recuperara. A pocos días del
accidente, la bisabuela también le dio algunos granos a la abuela y de esta
manera descubrió que sería madre en menos de un año. Con el tiempo, la abuela
descubrió que podía ver lo que a la gente le iba a pasar en el humo del tabaco
y en las palmas de la mano y fue así como la casa en que vivo fue conocida
durante mucho tiempo como la de la bruja.
Pero eso fue hace mucho, porque la abuela decidió dejar de ver el futuro
cuando empezó a sentirse muy enferma. Dijo que la gente le robaba energía, que
no quería desperdiciarla en otras personas y ya no quiso leer el café ni la
mano ni el humo de nadie. La última vez que la abuela pudo ver el futuro fue
cuando nací, porque tocó mis manos y dijo que yo también podría leer el café.
Mamá y papá nunca han creído en esas supercherías, pero el comentario hizo que
en casa dejaran de tomarlo.
Cuando crecí, la abuela se dio a la tarea de dejarme granitos de café
cada vez que podía. Lo malo es que yo no podía ver el futuro de nadie con
ellos. Solo sentía oscuridad y frío cuando los tocaba. Además, veía un espacio
vacío y profundo que me hacía sentir náuseas como cuando íbamos a los juegos
mecánicos de las ferias y al final vomitaba. Después de algunos intentos en que
el resultado seguía siendo el mismo, la abuela me pidió que guardara todos los
granos en un botecito que ella me había dado cuando era pequeña y me dijo que
en unos días conseguiríamos mejor café para ver lo que le pasaba a la gente.
El primero de noviembre, fuimos, como todos los años, al cementerio. La
abuela me pidió que llevara los granos de café. Mi hermano llevó su bicicleta y
papá y mamá comida y flores. Como estaban ocupados limpiando las lápidas de
nuestro mausoleo, mi hermano pidió permiso para andar un rato en la bici y yo
dije que estaría viendo las flores que estaban plantadas cerca. A ambos nos
dijeron que sí. Fui a la parte de atrás del mausoleo y empecé a escarbar para
meter los granos de café de uno en uno, siguiendo las instrucciones que la
abuela me había dado. Cuando me faltaban como cuatro, papá llegó y quiso saber
qué hacía. Le mostré lo que tenía en la mano y llamó a mamá con un grito
espantoso.
Cuando ella llegó y vio lo que tenía en las manos, me preguntó con los
ojos llenos de lágrimas y miedo cómo había conseguido lo que estaba sembrando.
Le dije que la abuela me los había dado. Papá preguntó si sabía qué era lo
estaba tocando. Respondí que café. Papá tomó uno de mis granos, el que tenía
un borde brillante, y me dijo que lo que
tenía en las manos eran dientes. Mamá dijo que no eran solo dientes, porque el
que papá sostenía era un diente de oro que había estado en la boca de la
abuela.
Aunque tenían miedo, ambos estuvieron de acuerdo en que era mejor
dejarme enterrar los dientes, aunque yo decidí guardar la lata y uno de mis
granos de café sin que ellos se dieran cuenta. Al terminar, regresamos a ver
las lápidas y mamá me pidió que rezara en la tumba de la abuela porque eso la
ayudaría a descansar en paz. Papá no
quiso estar con nosotros y fue a buscar a mi hermano. Volvió pronto porque mi
hermano se había caído y venía de regreso a contarnos. Ese día hablamos mucho
sobre la abuela y papá y mamá quisieron saber desde hacía cuánto que la veía y
cómo estaba ella, aunque mi hermano apenas si se enteró porque estaba ocupado
limpiando las heridas de sus rodillas.
Por la noche, mi hermano llegó a mi habitación como hacía cuando se sentía
triste o enfermo. Me mostró su boca, todavía lastimada por la caída y vimos que
uno de sus dientes se había aflojado. Me pidió que se lo quitara. Cuando lo
hice, vi que él iría con papá cuando se accidentara el año siguiente. Preferí
no decirle nada y luego de calmarlo, regresó a dormir y yo intenté hacer lo
mismo, aunque un frío inusual que parecía venir desde mis huesos no me dejó
hacerlo pronto.
Esa noche soñé que la abuela estaba frente a mí y parecía molesta. En
sus manos tenía el botecito y lo movía, haciendo sonar el diente que yo había
guardado. Me desperté con el botecito en la mano y el mismo vértigo de cuando
tocaba el café por las mañanas.
El sueño se siguió repitiendo en
las semanas siguientes. La imagen de la abuela ya no me daba tranquilidad como
antes. Su rostro parecía distorsionado cuando me acercaba y su boca se abría
dejando escapar gritos que hacían que me despertara llorando. Dejé de comer
porque en las mañanas encontraba largos cabellos blancos en mi plato de
desayuno. Intenté no dormir para no soñar con ella, pero en cuanto caía
rendida, veía sus ojos negros brillando de ira y sentía el diente rebotando
dentro del botecito.
Cuando entendí que ni ella ni yo podríamos descansar si no enterraba el
último de los granos de café, decidí pedirle a
papá y a mamá que me llevaran al cementerio. Al llegar, mientras ellos y
mi hermano ponían flores en las tumbas, enterré el último diente lo más pronto
que pude y guardé el botecito. Regresé a hablar con la abuela y le pedí que
descansara y que me dejara comer y dormir. Nuestra visita no duró mucho y
recuerdo haberme dormido en el carro, y desde entonces ya no sueño con la
abuela, aunque después de esa visita, a veces, cuando despierto, siento en mi
habitación el aroma de los granos de café. También guardo conmigo el botecito,
que se ha ido llenando de largos cabellos blancos que mi abuela me deja cuando
viene a verme dormir y no quiere despertarme.
Felicidades Chape, eres muy ingeniosa, sigue adelante.
ResponderEliminarMirna Eggenberger
Muy familiar y hermoso cuento. Felicidades. Vas en la direccion correcta.
ResponderEliminarMuy bueno
ResponderEliminarBravo.
ResponderEliminarEsto es tan Casa de los espíritus.
ResponderEliminarFelicidades creo que seguire mas de cerca tu blog!
ResponderEliminarQue agradable lectura te invita a querer descubrir mas.😊
ResponderEliminarQue agradable lectura. Me imaginé la estampa del cementerio. Simulando a dónde mis abuelos están sepultados.
ResponderEliminar👏👏👏
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