sábado, 5 de noviembre de 2016

Granos de Café



Lo que más recuerdo de la abuela es que, cuando yo era pequeña, ella solía darme granos de café mientras desayunaba, aprovechando que mamá estaba ocupada. También recuerdo que en casa todo el mundo contaba que la abuela nació oliendo a café y que, en cuanto pudo caminar, aprendió a subirse al regazo del bisabuelo para oler su café de las mañanas. Algunos años después, cuando él llevó a casa algunos granos para que los probaran, al tocarlos ella le dijo que iba a romperse una pierna. El bisabuelo se burló de la ocurrencia pero se acordó del aviso cuando dos días después, metió el pie en una zanja y lo entablillaron un par de meses para que se recuperara. A pocos días del accidente, la bisabuela también le dio algunos granos a la abuela y de esta manera descubrió que sería madre en menos de un año. Con el tiempo, la abuela descubrió que podía ver lo que a la gente le iba a pasar en el humo del tabaco y en las palmas de la mano y fue así como la casa en que vivo fue conocida durante mucho tiempo como la de la bruja.
Pero eso fue hace mucho, porque la abuela decidió dejar de ver el futuro cuando empezó a sentirse muy enferma. Dijo que la gente le robaba energía, que no quería desperdiciarla en otras personas y ya no quiso leer el café ni la mano ni el humo de nadie. La última vez que la abuela pudo ver el futuro fue cuando nací, porque tocó mis manos y dijo que yo también podría leer el café. Mamá y papá nunca han creído en esas supercherías, pero el comentario hizo que en casa dejaran de tomarlo.
Cuando crecí, la abuela se dio a la tarea de dejarme granitos de café cada vez que podía. Lo malo es que yo no podía ver el futuro de nadie con ellos. Solo sentía oscuridad y frío cuando los tocaba. Además, veía un espacio vacío y profundo que me hacía sentir náuseas como cuando íbamos a los juegos mecánicos de las ferias y al final vomitaba. Después de algunos intentos en que el resultado seguía siendo el mismo, la abuela me pidió que guardara todos los granos en un botecito que ella me había dado cuando era pequeña y me dijo que en unos días conseguiríamos mejor café para ver lo que le pasaba a la gente.
El primero de noviembre, fuimos, como todos los años, al cementerio. La abuela me pidió que llevara los granos de café. Mi hermano llevó su bicicleta y papá y mamá comida y flores. Como estaban ocupados limpiando las lápidas de nuestro mausoleo, mi hermano pidió permiso para andar un rato en la bici y yo dije que estaría viendo las flores que estaban plantadas cerca. A ambos nos dijeron que sí. Fui a la parte de atrás del mausoleo y empecé a escarbar para meter los granos de café de uno en uno, siguiendo las instrucciones que la abuela me había dado. Cuando me faltaban como cuatro, papá llegó y quiso saber qué hacía. Le mostré lo que tenía en la mano y llamó a mamá con un grito espantoso.
Cuando ella llegó y vio lo que tenía en las manos, me preguntó con los ojos llenos de lágrimas y miedo cómo había conseguido lo que estaba sembrando. Le dije que la abuela me los había dado. Papá preguntó si sabía qué era lo estaba tocando. Respondí que café. Papá tomó uno de mis granos, el que tenía un  borde brillante, y me dijo que lo que tenía en las manos eran dientes. Mamá dijo que no eran solo dientes, porque el que papá sostenía era un diente de oro que había estado en la boca de la abuela.
Aunque tenían miedo, ambos estuvieron de acuerdo en que era mejor dejarme enterrar los dientes, aunque yo decidí guardar la lata y uno de mis granos de café sin que ellos se dieran cuenta. Al terminar, regresamos a ver las lápidas y mamá me pidió que rezara en la tumba de la abuela porque eso la ayudaría a descansar en paz.  Papá no quiso estar con nosotros y fue a buscar a mi hermano. Volvió pronto porque mi hermano se había caído y venía de regreso a contarnos. Ese día hablamos mucho sobre la abuela y papá y mamá quisieron saber desde hacía cuánto que la veía y cómo estaba ella, aunque mi hermano apenas si se enteró porque estaba ocupado limpiando las heridas de sus rodillas.
Por la noche, mi hermano llegó a mi habitación como hacía cuando se sentía triste o enfermo. Me mostró su boca, todavía lastimada por la caída y vimos que uno de sus dientes se había aflojado. Me pidió que se lo quitara. Cuando lo hice, vi que él iría con papá cuando se accidentara el año siguiente. Preferí no decirle nada y luego de calmarlo, regresó a dormir y yo intenté hacer lo mismo, aunque un frío inusual que parecía venir desde mis huesos no me dejó hacerlo pronto.
Esa noche soñé que la abuela estaba frente a mí y parecía molesta. En sus manos tenía el botecito y lo movía, haciendo sonar el diente que yo había guardado. Me desperté con el botecito en la mano y el mismo vértigo de cuando tocaba el café por las mañanas.
 El sueño se siguió repitiendo en las semanas siguientes. La imagen de la abuela ya no me daba tranquilidad como antes. Su rostro parecía distorsionado cuando me acercaba y su boca se abría dejando escapar gritos que hacían que me despertara llorando. Dejé de comer porque en las mañanas encontraba largos cabellos blancos en mi plato de desayuno. Intenté no dormir para no soñar con ella, pero en cuanto caía rendida, veía sus ojos negros brillando de ira y sentía el diente rebotando dentro del botecito.

Cuando entendí que ni ella ni yo podríamos descansar si no enterraba el último de los granos de café, decidí pedirle a  papá y a mamá que me llevaran al cementerio. Al llegar, mientras ellos y mi hermano ponían flores en las tumbas, enterré el último diente lo más pronto que pude y guardé el botecito. Regresé a hablar con la abuela y le pedí que descansara y que me dejara comer y dormir. Nuestra visita no duró mucho y recuerdo haberme dormido en el carro, y desde entonces ya no sueño con la abuela, aunque después de esa visita, a veces, cuando despierto, siento en mi habitación el aroma de los granos de café. También guardo conmigo el botecito, que se ha ido llenando de largos cabellos blancos que mi abuela me deja cuando viene a verme dormir y no quiere despertarme. 

9 comentarios:

  1. Felicidades Chape, eres muy ingeniosa, sigue adelante.
    Mirna Eggenberger

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  2. Muy familiar y hermoso cuento. Felicidades. Vas en la direccion correcta.

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  3. Esto es tan Casa de los espíritus.

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  4. Felicidades creo que seguire mas de cerca tu blog!

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  5. Que agradable lectura te invita a querer descubrir mas.😊

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  6. Que agradable lectura. Me imaginé la estampa del cementerio. Simulando a dónde mis abuelos están sepultados.

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